“Cuatrocientos años con los desamparados es el lema que acompaña a la celebración de esta efeméride. Un gesto de amor hacia los que sufren, presentes en nuestro convulso mundo, en el que el vacío y la destrucción de la guerra dejan a aquellos que comienzan en la vida abandonados a su suerte. Sus inocentes ojos se inundan del terror que nunca debieran haber contemplado.
Jesús, en la magistral representación de Martínez Montañés, el Cristo de los Desamparados, con dulce expresión, apoya su rostro sobre uno de esos pequeños, que después de haber vencido al ocaso del mar de la incertidumbre y la desesperación, llegan a la orilla de una nueva vida. Otros no lo lograron. Asumieron el riesgo de abrazarse a la muerte huyendo del infierno que asfixió sus esperanzas. Casi en una expresión mutua de compasión, la mirada de esos cándidos ojos parece demandar una respuesta a la insistente pregunta de un niño que no entiende el porqué de las cosas; reclama el cariño que el mal le arrebató, por la ausencia de Dios en el corazón humano.
Dicen que los niños se abrazan a las piernas de sus padres cuando tienen miedo, pues así se sienten protegidos, lo hacen aterrorizados por el constante sonido de las bombas. De este mismo modo una niña abraza a Cristo, cubierta con esas destellantes y plateadas túnicas que los preservan del frío y las inclemencias del tiempo, como si envolvieran el preciado regalo de un nuevo amanecer. Mientras, mira hacia el ángel que le ofrece su protección. El reflejo de Martínez Montañés, aproximando a Cristo a una de las pequeñas, completa la escena. Jesús, a través de ese gesto paternal representa la victoria sobre la muerte, sobre el mal, y muestra su abrazo de amparo. Él siempre vive en el amor y la misericordia, como el Pescador de hombres, llega a la orilla de nuestras conciencias y nos pide que, junto a Él, busquemos otro mar.
El paso del tiempo, de esos cuatrocientos años desde la creación de la imagen y la constante dedicación de la Orden de los Carmelitas Descalzos a la oración y la ayuda a los necesitados, están representados con el color simbólico de la Orden y el fondo sobre el que se sitúa la tipografía, cuarteado, como metáfora de esos cuatro siglos.
En las letras podemos ver la madera del soporte, evocando la materia con la que el autor, Martínez Montañés, creó la sagrada imagen.
La muerte se transforma en vida a través de la misericordia. Cristo extiende su mano hacia la luz que ha de iluminarnos en nuestro camino y nos deja acercarnos a Él cuando nuestro corazón late sintiendo la vida con la fruición y la pureza de un niño. Solo quiere que dejemos en la orilla nuestras diferencias para construir las redes de un amor sin límites.”